Friné ante el Areópago
Jean – Leon Gérôme
No voy a entrar a confirmar aquello que ya se sabe acerca de
que la sociedad siempre a valorado como positivo aquello y a aquellos que por
su belleza se les antoja como mejores y por extensión ha valorado como peor o
negativo a aquello y aquellos carentes de esta cualidad.
Pero en estos momentos en que los medios de comunicación nos
bombardean con noticias acerca de juicios, fiscales, abogados defensores, y
argumentos exculpatorios cuando menos extraños, se me viene a la cabeza una
historia judicial donde la belleza fue parcialmente causante de la acusación,
pero fue determinante, esta vez en forma positiva en el veredicto.
La historia en cuestión es el juicio de Friné, acontecimiento
plasmado para la historia del arte por Jean – Leon Gérôme (1824- 1904) en su obra titulada Friné ante el
Areópago
Friné era una hetaira griega (cortesana de alto nivel) que sobre los años
370 - 350 a.C. se hizo famosa por su
extraordinaria belleza. Amante de Praxíteles, le sirvió de modelo para varias
esculturas, entre ellas la Venus de
Cnido, de la cual y destruida la original, solo se conservan diferentes copias romanas y posteriores.
Un amante anterior, celoso, la acuso ante el areópago de
ofensas a los dioses, ya que, decía, hacía ostentación de su belleza comparándola
con la de la misma Afrodita. El castigo por dicho delito, era la muerte.
Fue defendida por Hipérides, a la sazón amigo de Praxiteles
y también amante de Friné quien sabiendo lo difícil del caso, decidió estructurar
su defensa con argumentos poco
ortodoxos: llevo a la acusada ante el conjunto de ancianos y tras escuchar los
delitos que se la imputaban, la desnudo súbitamente ante ellos diciendo: “…
delito sería privar al mundo de semejante belleza, que honra a la misma
Afrodita”.
Ante la visión, el veredicto fue unánime : INOCENTE.
La obra de Gérôme, teatral al estilo de David, Tádema, etc.
recrea el momento justo en que Hipérides retira la túnica que cubre el hermoso
cuerpo de Friné ante la mirada atónita del conjunto de jueces del Areópago.
¿Quién puede culpar
a la belleza plasmada
en carne y no en mármol,
por entregarse desnuda
-igual que la estatua-
a las manos que la acarician
y que en ellas se deleitan?
a la belleza plasmada
en carne y no en mármol,
por entregarse desnuda
-igual que la estatua-
a las manos que la acarician
y que en ellas se deleitan?
Luz Méndez de la Vega
Si en la entrega anterior mencionaba historias en los que la belleza era protagonista por causar problemas a sus poseedores, justo es, que hoy describa lo contrario.
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